El autor lo había intentado todo: empezar un cuento por el final, empezar una novela por el medio, dictarle estructuras narrativas a una grabadora, escribir drogado, escribir sobrio… No funcionaba nada. Hasta que descubrió que el hemisferio derecho de su cerebro estaba en silencio. Y comenzó, muy de a poco, a conversar con él.
Dice el autor
«Conocí a mi hemisferio derecho de pura casualidad, una tarde desesperada del año noventa y nueve. Mi vida entonces era un caos. Llevaba más de seis meses sin redactar un párrafo decente y estaba hecho un trapo; ya no sabía qué hacer con mi tristeza. Fue el bloqueo literario más duradero de mi vida»