Un tipo (¿un escritor?) se encierra en su departamento para trabajar en un libro sobre Baudelaire y enseguida lo invade la locura inventada del personaje sobre el que escribe. No quiere abrir la puerta a su mujer ni a nadie, y lo que ocurre en ese espacio empieza a absorberlo como si mirara un catálogo deforme de locura, humillación, violencia y algo de aquella niñez turbadora que está en el origen de casi toda historia de vida. El poeta francés parece una excusa para reflotar sus últimos años y enfrentarlos con un presente que se debate entre la vida y la muerte, entre la pulsión de seguir y la guillotina brumosa que se adivina en un poco más allá.”
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Alguien llega a su casa, se saca la cabeza y la abre. Adentro encuentra un montón de cosas insospechadas y otras que no tanto: trampas negras y doradas como ataúdes, azulejos con flores rojas y pájaros verdes, un violincito blanco, un extraordinario sombrero negro decorado con racimos de uvas y bananas, un bozal de acero y una novela titulada “Baudelaire”. También hay pájaros que cantan en el idioma de los decapitados, gárgolas de hocicos bestiales, el microbio de la sífilis o la conjuntivitis, una enana negra adentro de una valija, la última voluta de humo y una máquina de escribir de plástico. Apoya la cabeza con muchísimo cuidado arriba de la mesa y empieza a sacar todo lo que hay en su interior. Pero cuando desarma la cabeza ya no puede armarla. Ese es un lector (o una lectora: una muchacha de cabello castaño y ojos dorados o vestida como George Sand) de Gran ensayo sobre Baudelaire, una de las obras maestras de Felipe Polleri.