“Nos juntamos / en la mesa de la cocina / donde aprendí / a contar, y donde ya nadie /crece”, dice la segunda estrofa de Ahora sabemos esto. Creció la hija y creció la madre y ahora, sentadas solas a la mesa, con la pandemia afuera, parecen comenzar el proceso de reaprendizaje. O al menos eso intenta la hija, que aprendió a contar y entonces cuenta (numera y narra): una realfabetización emocional, un ABC, un ma me mi, un mi mamá me mima.
El camino está lleno de tropiezos y dificultades; el texto vuelve y vuelve. Las palabras se repiten, se repiten, se repiten. La música de la repetición es el sonido del intento repetido. ¿Por dónde se entra? ¿Por dónde se entra a una mamá? ¿Por el humor, por el amor, por el dolor? Y más aún: ¿qué es una madre? ¿Cómo se la conoce? ¿De dónde viene? El origen de la madre es el origen propio, y si esta madre no habla, hablará el poema, el que se está escribiendo y el que madre e hija leen juntas: La Odisea. ¿Cómo hicieron Ulises y Laertes? ¿Cómo hicieron Telémaco y Ulises? Tal vez puedan dar pistas. Adriana Riva va tras ellas, y habla de lo más propio aferrada a lo más universal: la filiación, los dioses, tantas figuras todopoderosas que de pronto nos miran confusas, sin saber bien qué decir. Madre e hija pueden, así, esquivar la intimidad y sin embargo seguir íntimas en esa escena iluminada, con el café sobre la mesa, los diccionarios y el primer poema de la literatura de Occidente. Que también cuenta: numera y narra.
Laura Wittner