El diario de Lunacharsky, de Martín Palacio Gamboa.

Poeta, cantautor, lector empedernido de filosofías y narrativas de cuño popular y “orejano”, docente, periodista, ensayista, y activo participante en las redes sociales, con un humor y una agudeza singulares, Martín Palacio Gamboa pertenece, por merito propio, a esa pertinaz cosecha oriental que cada tanto reaparece en el horizonte rioplatense, para renovar la extrañeza y el asombro en una lengua supuestamente común y establecida en ambas orillas del Plata.
En El diario de Lunacharsky, su primer libro de relatos, abreva en ciertos tópicos de CiFi y la literatura fantástica, pero descentrado de toda moda (tanto de las aburridas distopías apocalípticas y “posthumanas”, como de las “escritura del yo”). Con una heterodoxia moderada y no exenta de humor, el autor nos mueve a explorar los fragmentos de una memoria inquieta: datos y axiomas científicos, restos de la cultura popular, letras y registros de músicas de distintas épocas, disquisiciones filosóficas, historias y leyendas de precario origen. Una sucesión de relatos muy breves, le bastan a Palacio Gamboa para presentar personajes singulares, por momentos anómalos, pero siempre cercanos y reconocibles, atravesando peripecias sorprendentes, circunstancias absurdas o fantásticas. Aún sumidos en el desamparo y la desolación, conservan rasgos de humor, pasiones, sueños, planean venganzas o asumen insólitas presunciones, desnudando su esencial humanidad. Sobre paisajes opacos, innegablemente parecidos al clima de nuestra época, entre nieblas y penumbras de extraño origen, en días donde el amanecer es incierto y el ocaso ominoso, y crece la sospecha sobre fin de los tiempos, estos seres, con su capacidad de asombro y reflexión, sus modestos desplazamientos, sus quehaceres y anhelos, terminan conmoviendo y empujan al deseo de otra vida, de habitar otras ciudades, “una ciudad refugio”, en donde la fraternidad sea posible y las personas, paisajes que de tanto andar, terminan encontrándose.