«La escritura colectiva –una excepción en el campo literario– no es una experiencia inhabitual en el teatro, donde el sentido teatral se construye por superposición y combinatoria de las poéticas de muchos. Sin embargo, las obras de Piel de Lava son ejemplos valiosísimos de una dramaturgia personal, justamente allí donde no hay una persona sola. Desconocemos el mecanismo por el cual lo grupal acaba por modelar a este autor único e irrepetible de múltiples cabezas: no sabemos si han escrito partes sueltas que se llevan sorprendentemente bien en un todo sin fisuras, o si es el fruto de una paciente democracia (una en la que el teatro vuelve a enseñarle a la sociedad algo de su funcionamiento ideal, algo olvidado, algo cooperativo y fundamental), o si rige aquí la genial tiranía del capricho (cuando un grupo sostiene todo junto lo insostenible por un tiempo, el capricho suele adquirir forma factible, decididamente tentadora y forzosamente ineludible), o si lo que pasa es simplemente que el encanto de estas sirenas tenaces y febriles atrae como un imán a la fortuna. En la experiencia colectiva de las Piel de Lava sólo parecen tener cabida los procedimientos que son artísticos; su sistema de trabajo (el del encuentro sistemático, el de la amistad pura) no sabe de productos ni de urgencias ni de especulaciones estilísticas. Estas obras rezuman audacia, inteligencia, gracia y belleza a la vez que se alejan de lo fácil, lo vulgar, lo conocido, lo solemne.
Creo que la explicación es simple: la angustia de la escritura (que para otros mortales es tortuosa y solitaria) se disuelve ante tamaña evidencia de belleza.»
Rafael Spregelburd